lunes, 30 de enero de 2012

Inocencia

Andaba algo nervioso en el avión de vuelta al compás de mi mente, que no me dejaba pegar un ojo (por más que fuesen las tres de la tarde), y se empeñaba en revolver todo aquello que sucedió estos días de mi viaje. Para mi suerte, encontré que un par de asientos adelante había una pareja con una bebita, preciosa por cierto. Pelo rubio bien claro, unos ojos celestes así de grandes que ni te cuento. Siempre tuve una debilidad por los bebés, por la forma en que todo es tan puro. No solamente tuve la debilidad, sino que pareciera que ellos también la tenían conmigo. La mayoría de quienes cruzaba miradas conmigo se quedaba mirándome, y yo hacía lo propio también. Al rato sonreían, dios sabe porqué.
Particularmente, con esta beba me pasó que me relajaba quedarme mirándola, sobre todo cuando me miraba de vuelta. En esos instantes, todo quedaba de costado, o atrás, si se prefiere: hundir mi mundo en esa pequeña vida que a duras penas trata de comprender lo que la rodea a través de la imitación. Supongo que un poco tiene que ver conmigo también: al quedarme yo mirando, ellos me imitan, y se me quedan mirando. No sé cuánto descubran ellos del mundo en esos momentos que compartimos, pero yo tengo momentos chamánicos. Veo dos almas tratando de entenderse mutuamente a través del aire. Lo que logro, yo al menos, es blanquear mi mente de todo pensamiento y simplemente tratar de atravesar la cabecita de esta cosita que me mira y no pregunta, no cuestiona, probablemente tenga la mente tan en blanco como yo; y sin embargo se da la oportunidad de sonreírme. No me dice porqué lo hace, y sin embargo creo entenderlo. Sonrío de vuelta. Su boca se estira de punta a punta, dibujando esa sonrisa que conmueve a cuanto adulto pueda verla.
Lo que no logro descifrar es que cada adulto que aprecia estos momentos sonríe pero siempre echa la cabeza para atrás, como mostrándose lejano, añorando esos días que por supuesto no recuerda, pero que de alguna manera lo regocijan. Yo, en cambio, sonrío y una de dos: o me quedo en mi lugar, reconociendo mi diferencia pero a la vez no buscando rememorar nada, simplemente vivir ese instante de alegría pura sin aparente razón; o me tiro levemente hacia adelante, como si ese ademán me permitiera comprender mejor la situación, y quizás también la razón de su sonrisa.
Es normal que algún que otro bebé sonría cuando uno le sonríe. La diferencia es que yo no sonrío, yo espero. Quizás también su sonrisa sea compasión, comprendiendo que uno no entiende nada de la vida, que todo lo que estudió y aprendió con los años le siguen impidiendo apreciar lo más maravilloso que lo rodea, y que únicamente va a ser verdaderamente feliz cuando pueda finalmente sonreír sin nada en la mente, solamente contestando a una sonrisa que se le aparece casi sin pedirla. Es probable que ahí radique la supuesta inocencia del bebé: en no poder distinguir, asociar todo en un único camino, que por suerte conduce a la sonrisa. Generalmente se asocia la inocencia con vulnerabilidad. Quizás nuestra inocencia sea poder distinguir y preocuparnos tanto por todo aquello que nos rodea.